Mozal, “La gallina de los huevos de oro” que mata en silencio.

Los últimos años la economía mozambiqueña está dando pasos positivos de desarrollo, a pesar del contexto sombrío en el que vive el continente africano. A este país han llegado muchas inversiones extranjeras de. La Fábrica de Aluminio de Mozambique conocida por las siglas inglesas MOZAL, es fruto más visible de estas inversiones. Antes de aterrizar en el aeropuerto internacional de Mavalane, cuando el avión hace una larga curva para posarse sobre la pista de aterrizaje, se aprecia desde arriba la hermosura de la bahía que contornea la capital mozambiqueña y de los ríos que van a desembocar en ella. Se esta en Maputo (la ex Lourenço Marques, aunque la nueva generación ya no la conoce con este nombre), la ciudad de trazado cuadricular porque sus calles son paralelas y perpendiculares unas con otras. Cuando se anda por ellas se nota una diferencia enorme con el pasado marxista. Entonces en las paredes de los pocos rascacielos se leían los grandes eslóganes de la revolución: A luta continua, Abaixo el xiconhoca (anti-régimen), Abaixo o imperialismo e Obscurantismo. En el otro lado de la calle se leía Viva o Marxismo cientifíco, Viva o proletariado, Viva a aliança camponesa – operaria. Viva o povo Unido... Mientras se caminaba entonces por las calles, se educaba en los principios del ideal revolucionario; pero los vientos del norte soplaron y los substituyeron por anuncios como: Evita o Sida, usa o Jeito” (palabra típica mozambiqueña cuyo original significaba hacer un favor a alguien y ahora se usa para llamar a los preservativos). Beba Coca Cola, Beba 2M ( una de las marcas de cerveza mozambiqueña), etc. Y cuando se sale hacia el sur no hay más que contemplar la nueva autopista que va hasta Witbank (Suráfrica) llena de coches y de autobuses con los magaissa (mineros que van a trabajar a Suráfrica). Pero antes de llegar a Suráfrica está Beluluane, un área situada a 18 kilómetros de Maputo. Es una zona franca en la que se encuentra la MOZAL, el símbolo por excelencia de la nueva revolución industrial de este país africano. Como dijo Joaquim Chissano, el presidente de la República, que esta a punto de terminar su mandato, en el día de su inauguración: “Esta fabrica generó posibilidades para los diversos agentes económicos, entre Mozambique, Suráfrica y otros países del Africa Austral y de otras partes del mundo”. Tenía razón, porque con la MOZAL esta parte de Africa produce más del 4% del aluminio del mundo occidental y recauda 1,3 millones de dólares. Se trata de uno de los más grandes y modernos complejos industriales de producción de aluminio en el mundo. Los acciones principales de este consorcio son de cuatro propietarios: 47% para la empresa Billton (inglesa), 25% para Mitsubishi (japonesa), 24% para South African’s Industrial Corporation y, por último, el 4% del Gobierno de Mozambique. Desde el punto de vista económico, la MOZAL constituye una parte importante del motor de desarrollo de la industria mozambiqueña, ya que desde que entró en funcionamiento en el año 2000 su volumen de negocio supone el 80% del beneficio engendrado en este sector, ha creado 4.500 empleos y con la construcción de segunda línea de producción llegará a los 6.000. Pero es preciso cuestionarse el planteamiento de esta multinacional que está instrumentalizando tanto a los trabajadores mozambiqueños como a la población local que se están transformando en hombres máquinas al servicio de este megaproyecto y sin ningún derecho ni garantías para su futuro después de que acaben sus contratos. Esto quedó claro en la huelga del año 2001, cuando el Gobierno mozambiqueño, por medio de su ex primer ministro dijo “no maten la gallina de los huevos de oro y que cada cual firme su contrato con consciencia y cumpla con las obligaciones del mismo, tanto el patrón como el empleado”. Y añadió: “la MOZAL es un territorio nacional, pero funciona con las reglas de una zona franca; es como si tuviéramos una parte de nuestro territorio considerada extranjera. En lugar de que el mozambiqueño vaya a las minas de Rand (suráfricanas) va a las minas de Beluluane”. Sobre estas afirmaciones comentó un viejo magaissa: “es verdad que ya no necesitamos ir a Suráfrica para trabajar en las minas y bajar a la profundidad de tierra para garantizar el pan para nuestros hijos y volver con las enfermedades como silicosis y tuberculosis. Ahora las tenemos aquí donde la mayoría trabaja en estos hornos de alta temperatura que pueden llegar a los 700 grados o más, donde sus salarios son bajos y sus días ya están contados por falta de una seguridad social y sanitaria después que sus contratos con la empresa terminen”. Por otro lado, esta industria está localizada en la orilla de uno de los brazos del río Matola, que desemboca en la bahía de Maputo. Las aguas residuales utilizadas por la fábrica desaguan directamente a este río, conducidas a través de tuberías enterradas para que no estén a la vista. Aunque sus técnicos han explicado que estas aguas son recicladas antes de que vayan a las tuberías de desagüe, y que hasta ahora el río presenta un nivel de contaminación aceptable, en realidad se sabe que el aluminio es altamente tóxico y por eso el mundo occidental ya no acepta las construcciones de estas megafábricas en su territorio. Aunque las aguas pasen por un proceso de desintoxicación, no dejan de contaminar el río. Además, los daños colaterales ya se empezaron a sentir hace tiempo con la desaparición repentina de especies marisco como cangrejos, mejillones y gambas, o incluso los peces que abundaban en el río. También repercutió en la pérdida de calidad de la sal que se produce en las lagunas cercanas. Paralelo al proyecto de fundición de aluminio, la MOZAL estableció un cordón sanitario de una milla alrededor de la fábrica para proteger a sus trabajadores de ataques de malaria y otras enfermedades tropicales y rociaron los edificios con insecticida como piretroide sintético de deltametrin y las áreas de cría de mosquitos con pesticidas organosfosforado. Sin embargo, el problema de la malaria persiste. Por eso, la empresa lanzó una campaña para presionar al Gobierno y otras entidades para que les permita usar pesticidas más fuertes como el diclorodifeniltricloroetano, vulgarmente conocido como DDT, para combatir la malaria. Roger Bate, en su artículo “De cómo el ecologismo mata a los pobres” y hablando sobre la MOZAL afirmaba que “el éxito y el futuro de este proyecto, y de muchos otros, se basa en reducir la amenaza del resurgimiento de enfermedades tropicales, especialmente de la malaria”. Hasta aquí nadie lo puede contradecir, pero él añade: “es difícil mantener personal experto de los países occidentales en un lugar donde ellos y sus familias están sujetos a un serio riesgo por el paludismo”. Y sin estos emigrados, las inversiones y todo lo que viene con ellas se desvanecen. Pero, lejos de ayudar, el mundo desarrollado está a punto de reducir el arsenal para combatir la malaria, mediante la prohibición del insecticida que los ecologistas adoran odiar: el DDT. Para Mozambique, este tratado podría frenar las inversiones extranjeras - un desastre para un país que ya ha sufrido demasiado. Defender tesis como ésta es condenar a un suicidio lento a un país como Mozambique, que empieza a levantar su cabeza y está eliminando gradualmente las dificultades básicas para avanzar hacia el desarrollo mediante una decisiva acción popular en apoyo de crear un clima de estabilidad política y de una conducta amistosa con los empresarios inversores. El uso del DDT para el combate de la malaria puede ser eficaz para este momento pero se ha comprobado que a largo plazo genera daños humanos y ambientales. La MOZAL no es la primera empresa que invierte en Mozambique y emplea trabajadores extranjeros y nunca pedieron el uso de ese tóxico pesticida para combatir esta epidemia de paludismo. Por eso, justificar el uso del DDT como medio para que este país africano continúe desarrollándose supone falsear la verdad y permitir que los ríos mozambiqueños se vayan contaminando y los pobres paguen cada vez más las consecuencias del progreso tecnológico y económico. Supone entrar en el juego de las multinacionales sin escrúpulos a las que les interesan más el beneficio rápido y sus intereses que los efectos que producen sus tecnologías a la población. En este momento, la situación ya es preocupante para muchos. Como se pregunta un pescador local: “Ahora que esta concluida la segunda fase de este megaproyecto qué pasará, con la cantidad de basura tóxica producida por MOZAL que cerca de 300 toneladas por año. ¿Dónde se esta depositando todo eso en Mavoco? ¿Qué ocurrirá con esas tierras de Boane dentro 5 años o con la población local viven en alrededor de este deposito tóxico? ¿Cómo se esta gestionado la basura toxica depositada ahí? ¿Para qué sirve recibir tantas “gallinas de los huevos de oro”, si estos huevos son un veneno que matan en silencio? Es la gran paradoja del avance industrial en tierras mozambiqueños y también la mala política industrial donde todo sirve para el país

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